jueves

De como conocí a P.

No sé si diré la verdad, pero diré lo que recuerdo.

(Aviso al lector de que el texto quizá pudiera excitarle)


Conocí a P. en un curso de mi oficio. 

Voy a este tipo de cursos para aprender cómo lo que hacen otros y para ponerme en la piel del alumno. Avisé al que lo impartía de que iba para copiarle sus mejores trucos y a pesar de eso me aceptó (nada como decir la verdad de frente para que nadie te crea).


Llegué con la idea de no hacerme notar pero el profesor me presentó como una eminencia en el tema, (si siempre hay una probabilidad, -como mínimo-, de que haga el gilipollas, ahora lo tenía asegurado).


Los alumnos éramos gente variada, de mediano casi todo, menos uno, al fondo, un joven, vikingo. Falda negra de hilo, camisa blanca abierta con pecho felpudo. Le robé una foto para enviársela a una amiga que le gustan de ese palo: belleza viril inapelable (yo soy más aficionada a feos interesantes o bellezas menos evidentes).


En el curso intervine lo mínimo pero cada vez que lo hice… Estuve bien, muy bien. Dudé, hasta el último minuto, si asistir a la sesión final. Finalmente me decidí por llegar tarde. En el ascensor me encontré al vikingo que con una voz profunda me comentó que estuve "soberbia". Es curioso que la misma palabra sea cosas tan distintas para la RAE: 

    1. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. 

    2. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con               menosprecio de los demás. 

    3. Exceso en la magnificencia

Entendí por el contexto que se refería a la 3ª acepción. Eso espero.


Acabó el curso y pensé que debería ir a hablar con el profesor, buscar “sinergias” pero antes salí a fumar. Hablaba por teléfono con mi hijo adolescente (hijo único) y el vikingo -a cierta distancia, sentado junto a una mesa alta-, me dijo: “Fuego”. Me reí por lo imperativo y tosco (si hubo un "por favor" o "perdona me podrías dar", no lo oí). Acabé la llamada y me senté con él. "¿Háblame de tu proyecto?" Nada como tener tiempo y ofrecer tu oreja a un desconocido para que este se explaye. Escuché. El vikingo parecía joven, puede que incluso más que el mayor de mis sobrinos. Me pidió un honesto feedback sobre su discurso y... Se lo di. El texto sonaba bien pero era falso, impostado. Me dio el pie para dar el discurso que mi cerebro llevaba meses mascullando. 


"Si vas a escribir, se honesto o no escribas nada ¿Qué has aportado al discurso del ChatGPT de pago? ¿Dónde estás tú? ¿Tu unicidad? ¿Tu idiosincrasia? ¿Tu temperamento propio? ¿De verdad quieres hacer perder el tiempo a alguien con esa retahíla de pensamientos manidos comúnmente aceptados, no criticables? ¿Qué pautas le diste a la chati? ¿Un texto de 5 minutos, con un par de citas profundas pero comprensibles y unos toques de humor? Nadie se reconoce en esos lugares comunes, pero seguimos entendiendo al héroe que llora impotente en la playa hace 28 siglos. 


Aléjate de lo previsible. Que sea peor, pero que sea tu verdad. Lo humano se reconoce, está lleno de contradicciones, de caminos recorridos con ilusión que llevan a la nada o a un muro donde nos hemos dejado los dientes y la dignidad. Y así, volvemos a la carga. No para empezar de cero ¡No! el cero no existe. Sino para seguir, con el regusto metálico de la sangre aun en la boca, recuerdo de la última batalla".


(Uau ¿No escuchas música épica de fondo? Quizá me he pasado. Busco un final:)


"No uses las palabras como parapeto, sino como herramienta para ser. Son tu cincel con el que dejar huella".


Silencio. 

Me lo agradece. 

Silencio. 

Se escusa, "no tuve tiempo, es que estoy hasta arriba, tienes razón. Encima es que yo escribo pero..." 

Salvado. Se nos unen 2 personas más y creamos una inesperada conversación a 4. Cada cual aportando lo suyo, escuchándonos. Libre albedrío, conexiones neuronales, experimentos sociológicos, recuerdos de infancia, historias de la guerra civil de nuestros abuelos. 

Entre el vikingo y yo se había creado cierta complicidad. En un par de momentos habló de "nosotros", "nosotros creemos" o, "a nosotros nos gusta". Bueno, sí, habíamos coincidido en algo pero... ¿¡Nosotros?! La conversación fluye divertida y 4 horas maravillosas más tarde, mi hijo se va mañana de viaje, decido que "mejor me voy" y añado mentalmente "que si no…” (¿Qué si no qué? Desgraciá. ¿Qué crees que pasaría? Me interroga mi yo murciano). “Muchachos, me tengo que ir”. Y el vikingo sentencia “Todos nos vamos”. 

¿Cómo despedirnos? Temo apretar demasiado o lanzarme a las comisuras, así que sugiero algo, que solo litros de zumo de uva fermentada pueden hacerte pensar que es buena idea, un "¿Abrazo común?" Y allí nos ves en la calle, a 4 desconocidos en corrillo como camaradas de escaramuzas.

El vikingo, a mi lado, aprieta de más y se despide pidiéndome que publique en Instagram ¿Uhm?


Días más tarde, un amigo, sexagenario, que podría ser algo más con riesgo a perder nuestra buena amistad, avanza puestos en la dirección equivocada (¡claro! como somos solteros y de orientación sexual complementaria parece que "no gustarnos" no parece suficiente excusa para no intentarlo). Mi cabeza derrapa y decido enviarle al vikingo, (a partir de ahora "P") un artículo del que habíamos hablado. Lo que se conoce como “lanzar la caña” en cualquier manual de caza y pesca y en “El arte de amar” de Ovidio.


Lo lee horas más tarde y para desquitarse del anterior, me envía un texto propio. Lo corrijo (deformación profesional) y comienza una conversación ágil, amena y (en algunos momentos) elevada. (No todo el rato, también nos mandábamos chistes). Mensajes de madrugada, al despertarnos, a medio día. Él dejaba caer: “tendríamos que quedar… “ “tenemos una conversación pendiente”, “podríamos vernos…” Yo, que navego mal entre sutilezas, concreto: “¿Mañana?”

P: "me encantaría, pero no estoy. Me voy una semana a un curso de teatro en Valladolid. Nos vemos pronto".


Una semana de silencio más tarde, en vez de hacerme la dura (recomendación de Ovidio) le envío un mensaje (recomendación del manual de pesca). (Lo bueno de tener varios manuales es que siempre hay alguno que se alinea con tus deseos, por lo menos en una interpretación amplia). 


"Nuestra amistad de 4 horas y 400 mensajes no puede acabar así. Salvo que tengas novia, o sea ilegal, me gustaría quedar contigo"


Es la primera vez que entro a machete a alguien. ¡Qué nervios!


10 minutos más tarde, contemplo mi "mosca", impávida, ni rastro del "salmón". (Entienda el ávido lector la sutil metáfora)


Hora y media después me llama (suena en mi cabeza el estribillo de "revolución sexual" y me invade un ligero movimiento de caderas, con ese baile de boxeador discreto con la guardia levantada). Hablamos y quedamos. "He quedado con una mujer y no se cuánto tiempo me llevará". (¿Perdón? Sí, lo que has leído). Cree que sobre las 10 ya estará libre pero se tendrá que ir a la 1am.


Me depilo, me exfolio, limpio la casa, cambio las sábanas, compro una botella de su whisky favorito. Me visto. Me visto. Me visto... (tópico de comedia romántica americana pero fue tal cual. No hay ropa suficiente en el mundo para una primera cita).

A las 9 me escribe

"Estoy llegando a Tirso".

¡Mierda y yo sin vestir!

Yo: "Oye, está lloviendo" (han caído 4 gotas) "¿Y si quedamos en mi casa?"

P: Perfecto.

(no sé que pensaría Ovidio de todo esto pero en mi cabeza suena "Uptown Funk" mientras me planteo la opción de braga faja. Con este calor imposible, mejor algodón) 


Desde el balcón le veo llegar. Buff, ¡Cómo está de bueno! ¿Y ahora que hago? Abro la puerta y poso para recibirle. 4 poses distintas más tarde... (¿En qué momento me he convertido en  Woody Allen en "sueños de un seductor"?). Todas son absurdas, las deshecho. ¡La botella! La abro, a toda prisa, mientras sube, y tiro un poco para que no crea/sepa, que la botella es recién comprada. El tapón se cae y rueda detrás del horno… Y así es como le recibo, a 4 patas. 


Se acerca, me levanta y me abraza. Muy físico, cercano, apretado. La única neurona que me quedaba, se derrite.


Hablamos, reímos, nos contamos (con urgencia, con prisas por resumirnos) nuestras mejores jugadas. Filosofamos, bebimos, fumamos, le pregunté su edad "Es para evitarme una detención por pederastia". Le lo digo en broma. (No hay nada más serio que una broma) “36 años”. Bufff, "Son pocos, yo 53. Nada, no va a pasar nada, decidido".


Vamos al sofá, seguimos hablando, relajadísimos, (que no haya tensión sexual relaja la conversación y quita los dobles o triples sentidos a las palabras). 

Me cuenta sobre aquella semana en Valladolid, que coqueteó con 3. Me ensaña las fotos. Me decanto por una. Hablamos del amor. 

-       Yo: "Es la 1am”.

-        P: "Ahora, ahora". 

-       Yo: “La 1.30, a casa”.

-       P: “Sí, sí, sí”

-       Yo: “Son las 2”.

Se levanta, entiendo que para irse, me levanto, me besa, sabe bien, me gusta el beso. (Hay tanto beso malo, por sabor, tamaño de lengua, movimiento, recorrido, cantidad de salida....). Me abraza, fuerte, nos besamos.

-       Yo: “Vete, esto no va a pasar”

-       P: "No, no, no..." dice despreocupado mientras seguimos entrelazados.

-       Yo: “Otro día, pasará otro día, quizá. Hoy no. Ahora vete” Mientras le atrapo con brazos y piernas.

-       P: "Si me desabrazas, me voy".

     No lo hice. Se desnuda, despacio. Le miro. Su cuerpo es un escándalo, prieto, terso, pelo donde toca. Le toco, con derecho, con manos de escultora.

Me desnuda un poco… nnñññ (no encuentro onomatopeya adecuada y me he inventado ese nñ para expresar que primero deberíamos apagar las luces de la casa ¡y de la calle!). 

Él nota mi pudor, mi vergüenza, “Eres idiota”. Me desnuda con ganas. (¡Dios, Scarlett Johansson, déjame tu cuerpo para echarme este polvo!) Me mira, visiblemente excitado… y sigue estándolo (¡Menos mal! no se vino "abajo”).

Va a suceder. ("el verano del amor, sé que va a suceder"...) Mi mente no recuerda cómo se hacía y mi cuerpo mucho menos. Soy virgen, ¡otra vez! Nos tumbamos en el sofá y fundido en negro. (No, no voy a entrar en detalles pero ya te digo que todo muy bien, aunque el primero nunca es el mejor, estuvo bien. P era curioso, concienzudo y paciente)


La conversación, después, sigue siendo honesta, fácil y divertida.

-       P: "No vine con intención de follar”

-      Yo: “Yo sí fantasee con esa posibilidad, pero eres demasiado joven y esto no va a volver a suceder”.

-       P: “Podemos vernos sin follar.”

-       Yo: “Neeee”. 

      Y así, despedí para siempre su Uber, a las 5.30 de la mañana.

No le escribiré. 


Salvo que me escriba.


Para no volverme loca, cambio el sonido de sus mensajes y "si suena" (me ordeno) "dejaré que pasen unos segundos antes de lanzarme al móvil".


No suena. 


Le escribo.


Me escribe.


Le escribo.


Me envía audio.


Le escribo.


Me envía audio.


Le escribo: “Te sigo viendo. Mi cabeza repasa la noche en bucle y se estremece. Sigo sintiendo tu olor. Mi boca sabe a ti.” (¿Me he pasado?). Sigo: “Mi casa es la escenografía de una peli porno.” (¡Hala, y a tomar por culo los consejos del I ching!) 


“Me encantó tu bañera”. Me escribe


“Te invito a bañarte”. Le escribo.


“Estoy agotado. Me voy a dormir” (¡Mierda! “Nunca tirar la caña fuera de temporada. Pierdes la mosca y nos pescas”) (¡Vale! Esta es la última referencia a la pesca)


“¡Buenas Noches!” (cierro conversación)


“¡Buenos días!" (abro conversación, parece ser que todas las durezas las tengo en los pies)


Contesta. Buena conversación. Yo escribo, P audios. No cierra cita hoy. ¡Mierda, me voy mañana! Y no voy a quedarme todo agosto en el "ayayay" pero ¿Dónde acaba el "osado arrojo" y empieza el acoso sexual?

Estoy en una comida, de trabajo, me envía un audio, no tengo los auriculares, me voy al WC para  escucharlo, oigo algo de lubricantes... Lo paro. Me llama. No lo cojo, "Llámame". "En 1 hora". Cuando salgo de la comida, le llamo. Nada más descolgar me dice "No quiero una relación sexual", "Ah, pues... (muy desconcertada) "¿Quieres que nos casemos?".

- ¿Cómo? 

- No sé qué decir.

- Me refiero a que quiero ser tu amigo, no tu amante.

- P, vamos a darnos un tiempo sin títulos, me voy mañana ¿Quedamos hoy?

- Pero me tendré que ir a las 11.

- Muy bien ¿a qué hora quedamos?

- 11.30

- ¿Te vas a las 11 y llegas a las 11.30? 

- Llegaré sobre las 11.30 de la noche y me tendré que ir a las 11 de la mañana (Uhm...¡Me encantan las incongruencias!) ¿Te importa que sea tan tarde?

- No, no, no. Me parece estupendo.

Y ahora ¿Qué hago? ¿Le preparo la cama en el cuarto de mi hijo?

Continuará (espero)





miércoles

En el medio del camino de mi vida...

En el medio del camino de mi vida, - me encontré en una selva oscura - había perdido el camino recto. 

No me voy a resistir a escribirlo en italiano mientras me escucho a media voz:

"Nel mezzo del cammin di nostra vita

mi ritrovai per una selva oscura

ché la diritta via era smarrita"

Y -¡menuda cita!- así estoy, perdida, aunque seguro que he andado más de la mitad de mi camino, y quizá por eso, me siento perdida entrando en una selva oscura, la observo -para entenderla, para ver cómo atacarla- mientras mis pasos me encaminan -inexorablemente- hacia ella. No veo salida. No veo solución.  ¿Por qué no me doy la vuelta o me escoro? Esa opción es un planteamiento intelectual porque la verdad es que apenas muevo la cabeza en busca de otras soluciones ¿Hacia dónde huir? Esta es mi selva oscura, creada por mis miedos, asuntos pendientes, procrastinaciones, de esos casos en los que milagrosamente me libré o que resolví pero "de aquella manera", cuentas pendientes, lo fiado y lo burlado. Lo no resuelto, injusticias de las que fui testigo muda y aquello, incluso, que ni siquiera vi.

"Mi cuerpo no es mi templo, es una iglesia ¡católica! llena de pan, vino y culpa". Si me quito los hidratos de carbono, el zumo de uva fermentado y la selva oscura, creo que solo quedaría las uñas que me corto 1 vez cada 28 días. Mi parte sana.

¿Sigo por aquí o concreto? concretar... (se puede tocar lo universal por lo particular, ahora, no sé si se puede hacer el camino contrario). Cuando generalizamos cada uno se apropia del texto y lo lleva a su terreno y al concretar, nos separamos. Imagino a mi hijo encontrando este blog, como el diario oculto en el cajón secreto. (Nota para Tomás: por lo menos no tienes que descifrar una ilegible letra, lo ilegible serán los pensamientos). Uso este Blog, como diario online, el grito en el desierto con esa pequeña esperanza (ese mal que colocó Zeus como el primero de todos en el fondo de la caja/ánfora de Pandora). Espero que me lea alguien y que encima me entienda! Se vea reflejado a si mimo. Conectar. Buscamos la conexión, estar unidos, ser relevantes, dejar de estar inmensamente solos. 

Quiero amar, amada/amante, ser lo que le da sentido a la vida al otro. a la mía, esa mirada cómplice, hacer el camino juntos y adentrarnos en esa selva.

viernes

LA NOCHE DEL IRLANDÉS


Era Navidad, uno de esos 25 de Diciembre en que yo, como cualquiera, me levanté con resaca para comer con la familia, contarles a grandes rasgos que había hecho durante todo el año y oír, también a grandes rasgos lo bien que les había ido a ellos. Ya de regreso a casa, cuerpo cansado de resaca y vino, me apoltroné en la butaca a hacer zapping. Ponían películas tipo “Mujercitas”, “Los hijos del capitán Grant”, las películas que me encantaban de pequeña y que debo reconocer me siguen gustando. Me llamo Andrea para quedar, cenar, un billar y a la cama, quedamos por si acaso con unos amigos en la Guillotina. Cenamos y después de recorrernos todos los garitos con billar que conocíamos y comprobar que ese día todo cierra, nos dirigimos a la Guillotina. Justo antes de llegar, oímos a alguien cantando flamenco en un bar, tratamos de ver algo, pero la mugre de la ventana, no nos dejó, así que seguimos al punto de encuentro. Bar oscuro con música marchosa demasiado alta, no era el día, nuestros amigos no habían llegado y decidimos irnos. En la calle “La Rubia”, Andrea (y es que todo el mundo que tiene un amigo/a rubio/a en un esfuerzo de originalidad le apoda el Rubio/a). Bueno, la Rubia me pregunto:

-     ¿Entramos?

Señalando el bar cutre y sin nombre, donde se seguían cantando flamenco.

-     Bueno.

Dije yo.


El bar era pequeño, lo veías todo con una rápida ojeada. Era un moreno barbado y virojo quien cantaba, había un extranjero con aspecto de filólogo dando palmas y detrás de la barra un rasta. Pocas mujeres, unas tres, vestidas a lo Janis Joplin. Pensé que mi amiga y yo éramos lo mejor que había entrado en ese bar en mucho tiempo, no por guapas, sino porque dos tias lavadas y peinadas, destacaban en aquel bar vertedero. A “La Rubia” le estaba dedicando una canción el virojo, lo que hacía que todos nos miraran y no es que eso me moleste, pero llevaba un pichi demasiado corto para estar sentada en un taburete alto, así que le pedí a Andrea cambiar de sitio. Nos sentamos alrededor de una tabla que hacía de mesa. Yo bebía un vodka con limón de botella de dos litros y nombre de supermercado en un vaso turbio. Desde nuestro sitio ya nadie nos miraba, pero nosotras sí. El extranjero era atractivo, ojos azules y pequeños detrás de unas gafas metálicas, pelo rubio ceniza, vestido con una cazadora marinera verde, pantalones de pana y piernas cruzadas como las cruzan los flacos. No sé, pero al mirarle, creo que se me abrieron un poco las piernas, aunque nada en él tuviera el aspecto de recién lavado. Su ropa tenia el aspecto de la típica vieja manta favorita. Comenté a la rubia lo del extranjero, a ella también le gustaba. Seguí mirando, ahora al camarero, el rasta, tenía aspecto primitivo, con barba y barbilla un poco adelantados, pero guapo, parecía fuerte. El pelo muy largo, recogido, vestía de negro gastado.

Andrea me dijo:

-     El camarero también está bien.

“Si” conteste, pero volví a mirar al extranjero, había unos once o doce tíos más, pero nadie más a quien mirar.

El virojo barbado dejó de cantar y un rubio con los rizos del flequillo pintado de verde pasó la gorra. Poco después se acercó el extranjero, Peter, irlandés, un hombre tranquilo de mirada azul, infantil. Alto y delgado. Era yo quien estaba más cerca y quizá solo por eso me miraba más a mi, aguantando la mirada más de lo normal en un desconocido. El virojo, Juanito, se sentó al lado de Andrea, esta vez para variar era yo la que estaba con el más guapo.


Peter me contó que era espía de la CIA, que ganaba muchísimo dinero. También me contó que era Santa Claus, que ponía a la gente en la situación que deseaba estar. Me habló de la vida en un pueblo de Irlanda, de su familia, de Karl Marx, de cine, de la culpa católica y yo ya no quería oír nada más, sabía que quería que me besara. Esto paso poco después, empezó con un beso dulce, luego me miro a los ojos para saber si podía seguir, debí contestar con ellos, porque siguió besándome muy suavemente.

Todo el mundo nos miraba, sin duda sorprendidos, pero me daba igual.

Nos fuimos todos juntos a un bar, “La Gata” , yo pensé que la Rubia se iría, pero parece ser que mientras yo me besaba y sólo pensaba en mi, ella había empezado a ligotear con el rasta, Diego. Ibamos todos contentos por la calle, yo de la mano de mi Papa Noel irlandés, como viejos amigos.

Me pedí otra copa, la tercera. Alegre y libre bailaba, y quizá sentía ahora menos interés por Peter y quizá él también sentía menos interés por mi, pero cuando hablé con Pirri, un chaval de 24 años que llevaba 10 de mensajero (carne de cañón) y que se quejaba de no sentir los efectos del tripi que había comprado, Peter se acerco, exagerando en broma los celos. Me abrazó y me acarició las caderas. Me dijo que se sorprendía de que fuera sexi, la verdad es que en su mirada y en su abrazo me sentía muy sexi. Se acercó tanto que sentía su polla dura y eso me excitaba. El paro de bailar y sin separarla me pregunto:

·     ¿Te gusta sentir mi pene?

Así puede resultar tonta la pregunta, pero con su marcado acento tenía gracia y sobre todo, me sorprendió que me lo preguntara, tanto que lo único que se me ocurrió fue decirle simplemente la verdad, que si me excitaba. Él con una mano me hizo tocársela por encima del pantalón, mientras que con la otra me pellizcaba suave los pezones. Estaba demasiado excitada, me separe y me puse a hablar con Juan, el virojo, que me contó que estaba seguro de que acabaría siendo una figura del flamenco (yo pensaba que probablemente moriría antes). Me encontré, o él me encontró, con Jacobo, un amigo de mi vida real, me abrazó con cariño, como siempre que nos veíamos, es de esas personas a las que quieres mucho, pero que no conoces tanto. Estábamos en mitad del “¿qué es de tu vida?”, cuando se acercó Peter y abrazándome como si fuera suya, le preguntó:

·     ¿Por qué abrazas a mi mujer?, ¿Tú quién eres?


·     Soy Jacobo.

Contestó él sin entender nada, pero sin querer ofender y preguntándome con el rabillo del ojo. Yo no iba ha empezar a dar explicaciones. Peter siguió preguntándole:

·     ¿Tú quién eres? ¿El amante de mi mujer?. Pues yo soy su marido irlandés.

Me hizo gracia que distinguiera a los maridos por su nacionalidad, así que contesté:

·     Si Jacobo, te presento a Peter, “mi marido irlandés”.

Mientras metía la mano debajo de su camisa para acariciarle la espalda. No sé que hacía Jacobo, pero Peter y yo nos miramos, sonreímos y empezamos a besarnos. Sus besos eran húmedos y parecía querer comerse mi boca. Paró y me preguntó si conocía “La gata”, sin esperar respuesta me dijo que me la enseñaría. Me hizo bajar por unas escaleras, por las que no se podía ir. Llegamos al final y no había nada, sólo una puerta cerrada con llave. Yo estaba unos escalones más arriba que él. Se dio la vuelta y sin mirarme me bajó de un tirón medias y bragas. Con unos dedos que parecían conocerme mejor que yo misma, me masturbó mientras me mordía los labios me dijo que quería verme las tetas y me levanto el traje hasta verlas. Las besó, las pellizcó y mordisqueó, se abrió la bragueta y saco una polla enorme y dura con forma de cono, bastante más ancha en la base. Se puso un condón, me enganchó las dos piernas y me empezó a follar en el aire. No podía moverme. Siguió follándome en la escalera, yo abajo, en parte apoyada en los escalones en parte en el suelo, miré hacia arriba, podía vernos alguien si se asomaba, escuché la música del bar, estaba tan alta que podía jadear tan alto como quisiera, me clavaba los escalones pero decidí jadear como si me corriera.

- ¿Qué haces?

Me preguntó. Sin contestar me levanto, como si fuese ligera y me apoyó contra la pared, el de pie, moviéndose con golpes secos. La escena era erótica pero no...

- No te gusta - confirmó - Vamos a casa.

Me vestí y subimos.

Con una sonrisa exagerada, me acerqué a Andrea y Diego, sentía que todos lo sabían, pero después de meses sin follar, no me importaba. Aunque dudaba ¿es follar si no te corres? En cualquier caso me sentía despierta y me puse a hablar con Diego, el rasta. Era el dueño del bar en el que habíamos estado, vivía en una casa con diez personas más, tocaba muy bien la guitarra eléctrica, estaba en un grupo, era muy guapo, con un cuerpo perfecto y además simpático. Peter me dijo que me despidiera y a Diego que cuidara de mi amiga. Me despedí de los dos, le dije a Diego que ya le vería en su bar y a la rubia que me llamara mañana.

Al salir nos encontramos con Michael, el canadiense, entramos con él en el bar el “Hotel California”. Peter sentado detrás de mi me abrazaba, me empezó a acariciar las piernas y el coño por encima de las medias. Michael no podía verlo, nos separaba una mesa. Ellos hablaban en inglés, pero me daba igual entender poco o nada, hasta que me puse a hablar con Michael, era un músico que trabajaba en la calle, tenía 23 años y sin el pelo verde era guapo. Estaba solo, sin parientes que se ocuparán de lo que le sucediera. Hablamos del sistema. Mientras tanto, Peter había conseguido hacer un agujero en las medias, lo suficiente para masturbarme, eso estaba muy bien, yo seguía hablando con Michael, sin hacer caso a Peter, que con la otra mano, me acercaba la cara de Michael, para que le besara, sabía que era mi gran oportunidad de hacer un trío, pero preferí desaprovecharla.

Peter me preguntó en qué trabajaba. Le contesté que preparaba oposiciones a fiscal, sonrió y me volvió a preguntar:

·     En serio, ¿qué haces?, ¿verdad, que trabajas como dependienta en un supermercado?

Me reí y le dije que no, que quería ser fiscal, que estaba dentro del sistema que ellos criticaban y que creía en ese sistema.

Volvió a hablar de Marx, yo le dije que al fin y al cabo, Marx había vivido siempre de su padre burgués, de Hegel y de otros amigos.

Salimos del bar, Michael me dijo que desayunaríamos juntos, que no me fuera sin despedirme, dio un condón a Peter y desapareció.


Peter y yo abrazados, andábamos por la calle, mientras pedía a todos los camellos que encontramos:

·           "Una rayita de coca por Navidad".

Compró arroz con gambas, a una china en Gran Vía, mientras me habló de cuando trabajaba en Londres, en un restaurante chino. Llegamos a su casa, en la calle Carretas, me dijo que en su edificio había tres burdeles, le creí. Después de abrir dos puertas llegamos a su apartamento, era como un vagón de tren de 3ª, con departamentos a los lados del pasillo y todo asqueroso. Llegamos a su cuarto, la puerta tenía un cristal de ducha, en el suelo baldosas frías. Un catre, todo tirado por el suelo menos unos 30 libros ordenados. La pared había sido blanca, ahora se caía a trozos, como el techo. Algún poster, dos mapas, un dibujo de un sólo trazo de un tío empalmado con una tía, una foto de una teta, mapas de España. No recuerdo más sobre el cuarto.

La cama, el catre, era un somier de muelles metálicos, que sonaba a lo que en las películas antiguas suenan las camas, un colchón de goma espuma y sabanas de flores llena de bolitas o tierra.

Me desnudó, yo le ayude, . Estaba desnuda, de pie, pisando un suelo frio y él sentado sin pantalones. Apagué la luz, demasiado blanca. No estaba excitada e imagino que tampoco húmeda. Él encendió la luz, me enseñó su polla dura y con dos dedos consiguió volverme a excitar. Me hizo ponerme arriba:

- Busca lo que te gusta. No te ocupes de mi. - Con una mano en el culo y la otra en el bajo vientre, parecía querer aprenderse los ritmos. - Fóllame

Movimientos muy suaves, hasta encontrar el lugar exacto, con un movimiento lento y preciso, con repeticiones que iban incrementando la intensidad... todo mi cuerpo se estremeció, mi cerebro parecía despejarse, mi vista se nubló, quise taparme la cara pero Peter con un "no" contundente y suplicante me fijó la mirada. Me corrí, con alguien, por primera vez en mi vida, mirándole a los ojos, a un completo desconocido. Él también se corrió, conmigo, nos corrimos los dos. Una corrida lubrica, honesta y creadora.

Hablamos un poco, pronto empezó a besarme, bajó hasta empezar a comer y mordisquear los labios menores y mayores, me faltó poco para correrme en su cara pero se detuvo y se tumbó a mi lado, bajé la vista y me centré en su polla. Me preguntó que que hacía, le dije que mirarla. - ¿Podría verla en tu boca? ¿mientras me miras?

Le miré fijamente mientras se la besaba, lamía y absorbía.

Me detuve, basta de mamadas se puso encima y lentamente empezó a hacerlo, a follar conmigo. No "me lo follaba" o "me follaba", nos follábamos. El aire me entraba por la boca pero no salía, hasta que nos corrimos, lenta, suave y contundentemente. Me tembló todo el cuerpo.


Me volvió a preguntar que qué era, volví a contestar que opositaba para ser fiscal. Él era músico, poeta, cantante...pero desde hace ya tres años peón. Había conocido a Paco de Lucia, era un amante del flamenco, a lo mejor volvía a Irlanda como cantante flamenco. Salía por Lavapiés, le conocían como el Irlandés.

Nos besamos, nos dormimos abrazados y en un momento dado entre bostezos me dijo:

·     ¡Feliz Navidad!

Quizá, si fuese Papa Noel, después de todo, el año que (para variar) acierta con el regalo.

A las dos horas me desperté, me vestí y me fui. No le volvería a ver.