Era Navidad, uno de esos 25 de Diciembre en que yo, como cualquiera, me levanté con resaca para comer con la familia, contarles a grandes rasgos que había hecho durante todo el año y oír, también a grandes rasgos lo bien que les había ido a ellos. Ya de regreso a casa, cuerpo cansado de resaca y vino, me apoltroné en la butaca a hacer zapping. Ponían películas tipo “Mujercitas”, “Los hijos del capitán Grant”, las películas que me encantaban de pequeña y que debo reconocer me siguen gustando. Me llamo Andrea para quedar, cenar, un billar y a la cama, quedamos por si acaso con unos amigos en la Guillotina. Cenamos y después de recorrernos todos los garitos con billar que conocíamos y comprobar que ese día todo cierra, nos dirigimos a la Guillotina. Justo antes de llegar, oímos a alguien cantando flamenco en un bar, tratamos de ver algo, pero la mugre de la ventana, no nos dejó, así que seguimos al punto de encuentro. Bar oscuro con música marchosa demasiado alta, no era el día, nuestros amigos no habían llegado y decidimos irnos. En la calle “La Rubia”, Andrea (y es que todo el mundo que tiene un amigo/a rubio/a en un esfuerzo de originalidad le apoda el Rubio/a). Bueno, la Rubia me pregunto:
- ¿Entramos?
Señalando el bar cutre y sin nombre, donde se seguían cantando flamenco.
- Bueno.
Dije yo.
El bar era pequeño, lo veías todo con una rápida ojeada. Era un moreno barbado y virojo quien cantaba, había un extranjero con aspecto de filólogo dando palmas y detrás de la barra un rasta. Pocas mujeres, unas tres, vestidas a lo Janis Joplin. Pensé que mi amiga y yo éramos lo mejor que había entrado en ese bar en mucho tiempo, no por guapas, sino porque dos tias lavadas y peinadas, destacaban en aquel bar vertedero. A “La Rubia” le estaba dedicando una canción el virojo, lo que hacía que todos nos miraran y no es que eso me moleste, pero llevaba un pichi demasiado corto para estar sentada en un taburete alto, así que le pedí a Andrea cambiar de sitio. Nos sentamos alrededor de una tabla que hacía de mesa. Yo bebía un vodka con limón de botella de dos litros y nombre de supermercado en un vaso turbio. Desde nuestro sitio ya nadie nos miraba, pero nosotras sí. El extranjero era atractivo, ojos azules y pequeños detrás de unas gafas metálicas, pelo rubio ceniza, vestido con una cazadora marinera verde, pantalones de pana y piernas cruzadas como las cruzan los flacos. No sé, pero al mirarle, creo que se me abrieron un poco las piernas, aunque nada en él tuviera el aspecto de recién lavado. Su ropa tenia el aspecto de la típica vieja manta favorita. Comenté a la rubia lo del extranjero, a ella también le gustaba. Seguí mirando, ahora al camarero, el rasta, tenía aspecto primitivo, con barba y barbilla un poco adelantados, pero guapo, parecía fuerte. El pelo muy largo, recogido, vestía de negro gastado.
Andrea me dijo:
- El camarero también está bien.
“Si” conteste, pero volví a mirar al extranjero, había unos once o doce tíos más, pero nadie más a quien mirar.
El virojo barbado dejó de cantar y un rubio con los rizos del flequillo pintado de verde pasó la gorra. Poco después se acercó el extranjero, Peter, irlandés, un hombre tranquilo de mirada azul, infantil. Alto y delgado. Era yo quien estaba más cerca y quizá solo por eso me miraba más a mi, aguantando la mirada más de lo normal en un desconocido. El virojo, Juanito, se sentó al lado de Andrea, esta vez para variar era yo la que estaba con el más guapo.
Peter me contó que era espía de la
Todo el mundo nos miraba, sin duda sorprendidos, pero me daba igual.
Nos fuimos todos juntos a un bar, “La Gata” , yo pensé que la Rubia se iría, pero parece ser que mientras yo me besaba y sólo pensaba en mi, ella había empezado a ligotear con el rasta, Diego. Ibamos todos contentos por la calle, yo de la mano de mi Papa Noel irlandés, como viejos amigos.
Me pedí otra copa, la tercera. Alegre y libre bailaba, y quizá sentía ahora menos interés por Peter y quizá él también sentía menos interés por mi, pero cuando hablé con Pirri, un chaval de 24 años que llevaba 10 de mensajero (carne de cañón) y que se quejaba de no sentir los efectos del tripi que había comprado, Peter se acerco, exagerando en broma los celos. Me abrazó y me acarició las caderas. Me dijo que se sorprendía de que fuera sexi, la verdad es que en su mirada y en su abrazo me sentía muy sexi. Se acercó tanto que sentía su polla dura y eso me excitaba. El paro de bailar y sin separarla me pregunto:
· ¿Te gusta sentir mi pene?
Así puede resultar tonta la pregunta, pero con su marcado acento tenía gracia y sobre todo, me sorprendió que me lo preguntara, tanto que lo único que se me ocurrió fue decirle simplemente la verdad, que si me excitaba. Él con una mano me hizo tocársela por encima del pantalón, mientras que con la otra me pellizcaba suave los pezones. Estaba demasiado excitada, me separe y me puse a hablar con Juan, el virojo, que me contó que estaba seguro de que acabaría siendo una figura del flamenco (yo pensaba que probablemente moriría antes). Me encontré, o él me encontró, con Jacobo, un amigo de mi vida real, me abrazó con cariño, como siempre que nos veíamos, es de esas personas a las que quieres mucho, pero que no conoces tanto. Estábamos en mitad del “¿qué es de tu vida?”, cuando se acercó Peter y abrazándome como si fuera suya, le preguntó:
· ¿Por qué abrazas a mi mujer?, ¿Tú quién eres?
· Soy Jacobo.
Contestó él sin entender nada, pero sin querer ofender y preguntándome con el rabillo del ojo. Yo no iba ha empezar a dar explicaciones. Peter siguió preguntándole:
· ¿Tú quién eres? ¿El amante de mi mujer?. Pues yo soy su marido irlandés.
Me hizo gracia que distinguiera a los maridos por su nacionalidad, así que contesté:
· Si Jacobo, te presento a Peter, “mi marido irlandés”.
Mientras metía la mano debajo de su camisa para acariciarle la espalda. No sé que hacía Jacobo, pero Peter y yo nos miramos, sonreímos y empezamos a besarnos. Sus besos eran húmedos y parecía querer comerse mi boca. Paró y me preguntó si conocía “La gata”, sin esperar respuesta me dijo que me la enseñaría. Me hizo bajar por unas escaleras, por las que no se podía ir. Llegamos al final y no había nada, sólo una puerta cerrada con llave. Yo estaba unos escalones más arriba que él. Se dio la vuelta y sin mirarme me bajó de un tirón medias y bragas. Con unos dedos que parecían conocerme mejor que yo misma, me masturbó mientras me mordía los labios me dijo que quería verme las tetas y me levanto el traje hasta verlas. Las besó, las pellizcó y mordisqueó, se abrió la bragueta y saco una polla enorme y dura con forma de cono, bastante más ancha en la base. Se puso un condón, me enganchó las dos piernas y me empezó a follar en el aire. No podía moverme. Siguió follándome en la escalera, yo abajo, en parte apoyada en los escalones en parte en el suelo, miré hacia arriba, podía vernos alguien si se asomaba, escuché la música del bar, estaba tan alta que podía jadear tan alto como quisiera, me clavaba los escalones pero decidí jadear como si me corriera.
- ¿Qué haces?
Me preguntó. Sin contestar me levanto, como si fuese ligera y me apoyó contra la pared, el de pie, moviéndose con golpes secos. La escena era erótica pero no...
- No te gusta - confirmó - Vamos a casa.
Me vestí y subimos.
Con una sonrisa exagerada, me acerqué a Andrea y Diego, sentía que todos lo sabían, pero después de meses sin follar, no me importaba. Aunque dudaba ¿es follar si no te corres? En cualquier caso me sentía despierta y me puse a hablar con Diego, el rasta. Era el dueño del bar en el que habíamos estado, vivía en una casa con diez personas más, tocaba muy bien la guitarra eléctrica, estaba en un grupo, era muy guapo, con un cuerpo perfecto y además simpático. Peter me dijo que me despidiera y a Diego que cuidara de mi amiga. Me despedí de los dos, le dije a Diego que ya le vería en su bar y a la rubia que me llamara mañana.
Al salir nos encontramos con Michael, el canadiense, entramos con él en el bar el “Hotel California”. Peter sentado detrás de mi me abrazaba, me empezó a acariciar las piernas y el coño por encima de las medias. Michael no podía verlo, nos separaba una mesa. Ellos hablaban en inglés, pero me daba igual entender poco o nada, hasta que me puse a hablar con Michael, era un músico que trabajaba en la calle, tenía 23 años y sin el pelo verde era guapo. Estaba solo, sin parientes que se ocuparán de lo que le sucediera. Hablamos del sistema. Mientras tanto, Peter había conseguido hacer un agujero en las medias, lo suficiente para masturbarme, eso estaba muy bien, yo seguía hablando con Michael, sin hacer caso a Peter, que con la otra mano, me acercaba la cara de Michael, para que le besara, sabía que era mi gran oportunidad de hacer un trío, pero preferí desaprovecharla.
Peter me preguntó en qué trabajaba. Le contesté que preparaba oposiciones a fiscal, sonrió y me volvió a preguntar:
· En serio, ¿qué haces?, ¿verdad, que trabajas como dependienta en un supermercado?
Me reí y le dije que no, que quería ser fiscal, que estaba dentro del sistema que ellos criticaban y que creía en ese sistema.
Volvió a hablar de Marx, yo le dije que al fin y al cabo, Marx había vivido siempre de su padre burgués, de Hegel y de otros amigos.
Salimos del bar, Michael me dijo que desayunaríamos juntos, que no me fuera sin despedirme, dio un condón a Peter y desapareció.
Peter y yo abrazados, andábamos por la calle, mientras pedía a todos los camellos que encontramos:
· "Una rayita de coca por Navidad".
Compró arroz con gambas, a una china en Gran Vía, mientras me habló de cuando trabajaba en Londres, en un restaurante chino. Llegamos a su casa, en la calle Carretas, me dijo que en su edificio había tres burdeles, le creí. Después de abrir dos puertas llegamos a su apartamento, era como un vagón de tren de 3ª, con departamentos a los lados del pasillo y todo asqueroso. Llegamos a su cuarto, la puerta tenía un cristal de ducha, en el suelo baldosas frías. Un catre, todo tirado por el suelo menos unos 30 libros ordenados. La pared había sido blanca, ahora se caía a trozos, como el techo. Algún poster, dos mapas, un dibujo de un sólo trazo de un tío empalmado con una tía, una foto de una teta, mapas de España. No recuerdo más sobre el cuarto.
La cama, el catre, era un somier de muelles metálicos, que sonaba a lo que en las películas antiguas suenan las camas, un colchón de goma espuma y sabanas de flores llena de bolitas o tierra.
Me desnudó, yo le ayude, . Estaba desnuda, de pie, pisando un suelo frio y él sentado sin pantalones. Apagué la luz, demasiado blanca. No estaba excitada e imagino que tampoco húmeda. Él encendió la luz, me enseñó su polla dura y con dos dedos consiguió volverme a excitar. Me hizo ponerme arriba:
- Busca lo que te gusta. No te ocupes de mi. - Con una mano en el culo y la otra en el bajo vientre, parecía querer aprenderse los ritmos. - Fóllame
Movimientos muy suaves, hasta encontrar el lugar exacto, con un movimiento lento y preciso, con repeticiones que iban incrementando la intensidad... todo mi cuerpo se estremeció, mi cerebro parecía despejarse, mi vista se nubló, quise taparme la cara pero Peter con un "no" contundente y suplicante me fijó la mirada. Me corrí, con alguien, por primera vez en mi vida, mirándole a los ojos, a un completo desconocido. Él también se corrió, conmigo, nos corrimos los dos. Una corrida lubrica, honesta y creadora.
Hablamos un poco, pronto empezó a besarme, bajó hasta empezar a comer y mordisquear los labios menores y mayores, me faltó poco para correrme en su cara pero se detuvo y se tumbó a mi lado, bajé la vista y me centré en su polla. Me preguntó que que hacía, le dije que mirarla. - ¿Podría verla en tu boca? ¿mientras me miras?
Le miré fijamente mientras se la besaba, lamía y absorbía.
Me detuve, basta de mamadas se puso encima y lentamente empezó a hacerlo, a follar conmigo. No "me lo follaba" o "me follaba", nos follábamos. El aire me entraba por la boca pero no salía, hasta que nos corrimos, lenta, suave y contundentemente. Me tembló todo el cuerpo.
Me volvió a preguntar que qué era, volví a contestar que opositaba para ser fiscal. Él era músico, poeta, cantante...pero desde hace ya tres años peón. Había conocido a Paco de Lucia, era un amante del flamenco, a lo mejor volvía a Irlanda como cantante flamenco. Salía por Lavapiés, le conocían como el Irlandés.
Nos besamos, nos dormimos abrazados y en un momento dado entre bostezos me dijo:
· ¡Feliz Navidad!
Quizá, si fuese Papa Noel, después de todo, el año que (para variar) acierta con el regalo.
A las dos horas me desperté, me vestí y me fui. No le volvería a ver.